HUIDA
Por José Ezequiel Kameniecki
“El que culpa a los demás tiene un largo camino por recorrer. El que se culpa a sí mismo, está a mitad de camino. El que no culpa a nadie, ha llegado.”
Proverbio chino
Recorro las tierras que los hombres evitan. He caminado distancias infinitas, imposibles de recordar. Mi historia se ha perdido íntegramente y ya no me pertenece, desde que decidí abandonarlo todo, desarraigarme y huir. Además, creo haber olvidado aquello que me llevó a escapar, si es que existió algún motivo. Quizás haya sido una búsqueda, pero cómo saberlo; porque si hubo un hallazgo no lo reconocería.
Hace una eternidad que he renegado del mundo. Hoy ni siquiera puedo discernir sueño de recuerdo; vivo una continua sucesión de acciones sin referencia a un ayer. Tampoco cuento con la certeza de l que alguna vez creo haberme jactado y valorado como virtud.
Los caminos transitados han sido abiertos por mis propias pisadas; nada, absolutamente nada, fue planificado.
Las respuestas motivaron preguntas; la huida precedió mi búsqueda.
Desconozco el color de mi piel, el polvo y el sol han ocultado mi semblante. A veces intento adivinar mis rasgos y descorro con la punta de los dedos la áspera costra que me sirve de máscara. Este ejercicio me devuelve la tranquilidad apenas advierto que nunca soy el mismo. Las arrugas gesticulan en un idioma blasfemo acerca del paso del tiempo, cada vez que traspaso con mis uñas los sedimentos que las rellenan. Sobre todo, me intriga una cicatriz circular al hurgar en el centro de mi abdomen, que me impone a dar por cierto el hecho de haber nacido.
Entonces surgen en mi interior imágenes en abanico, que suelen intensificarse apenas cierro los ojos. En la penumbra brotan una serie de signos y sensaciones mezcladas: olores, sabores, caricias y arrullos. Algo así como un fragmento de mujer, apenas un esbozo, remeda un sonido articulado que parece un nombre que no alcanzo reconocer, ante el cual debo esforzarme para apartarlo. Por fin, la oscuridad logra producir un hiato que lo desvanece difuminándolo. Estas ilusiones, productos morbosos de la soledad, activan una lucha interior. Al proporcionarme intensos placeres, me cautivan, me retienen y dificultan la huida. Es una suerte que el sueño me libere de ellas para que, renovadas las fuerzas, pueda proseguir escapando. Una vez recuperado, reinicio la marcha, mi presente continuo.
Ser extranjero es mi destino fatal, y ahora que las piernas ya no responden al ritmo de mis necesidades, que el ímpetu va menguando, las imágenes me torturan y por momentos se me hace haber errado de dirección. Temo encontrarme de frente lo que creí a mis espaldas. Pero si así fuera, en ese momento cerraría los ojos, apretaría los párpados hasta que el conglomerado de imágenes rebrote, y lloraría. Tal vez así evitaría mirarme a los ojos cuando llegue la muerte.


Deja una respuesta