La Metamorfosis des Señor Ning
Por José Ezequiel Kameniecki
A la hora del crepúsculo, Ning se dirigió a su pequeño jardín. Agobiado por el calor del verano, se despojó de la casaca y de las sandalias embarradas, se refrescó el rostro, la cabeza y los hombros, bebió a sorbos el té que le sirvió su hija, para luego recostarse boca arriba en la litera y disponerse a contemplar el cambiante cielo.
Disfrutaba observar cómo el sol iniciaba su huida con pasos de danza hacia la profundidad de la noche hasta extinguirse. En el escenario se alternaban en forma rítmica las sutiles nubes hasta alinearse en franjas horizontales con los colores del arco iris.
Rodeado por los rosales que él mismo había plantado en su juventud, gozaba del merecido descanso al regresar de las intensas jornadas de trabajo en los arrozales de la provincia de Guangxí.
Serpenteantes senderos de montaña en picada, poblados de charcos en aquella región lluviosa, de suelo irregular y pedregoso, lo separaban de su aldea tras una larga caminata ascendente de tres horas.
El universo todo se reducía a un cuadro en movimiento con pinceladas realizadas por una mano invisible que acariciaba la túnica celeste. A lo lejos se insinuaba, aún borroso, el diminuto redondel de la plateada luna como una moneda antigua.
Ning habitaba una modesta choza de madera junto a su mujer y sus dos hijos, Huang, un varón de 18 años y Méi Gui, una niña de 9.
Desde el otoño había comenzado a ir a trabajar en compañía de su hijo para enseñarle los secretos del oficio.
Ambos regresaban exhaustos al hogar y Li, su mujer, los recibía con refrescos y un tentempié para luego recluirse en la pequeña cocina y continuar con la preparación de la cena. Después de comer, Ning volvía a recostarse en la litera en el pequeño jardín.
Se maravillaba con los colores y de las formas, mientras el aroma de sus rosas lo transportaba a un universo armonioso que le despertaba vívidos recuerdos e intensos sentimientos de amor hacia su familia.
Un tío materno, versado en la sabiduría del I Ching y en el arte de la jardinería, le había transmitido en su juventud los secretos para cultivar los siete rosales, elegir el lugar adecuado, la distancia entre los arbustos, cómo preparar la tierra con un buen drenaje, el abono, los turnos para el riego y los pasos para la poda.
Los rosales crecían saludables y en primavera eclosionaban turgentes pimpollos de color rosa. Dichoso por haber logrado crear un paisaje cautivante y que el intenso perfume se difundiera por las tres pequeñas habitaciones de la casa, una señal inequívoca de que la alegría anidaba en el hogar, tal como su tío interpretó la sentencia en el hexagrama del oráculo.
Huérfano de padre a los 12 años, como hijo mayor, tuvo que comenzar a trabajar desde muy joven para colaborar en el sostén de su madre y hermanos. Eran épocas cuando escaseaba la comida antes de la Revolución.
Debió postergar el anhelo de formar una familia hasta cuando las condiciones materiales se lo permitieran con la mujer que amaba, amiga inseparable de la infancia.
Hoy, con 60 años, esperaba llegar a la edad de retirarse, para solazarse en su jardín, obra que significaba haber dejado una huella trascendente en su paso por la vida, ocupar su tiempo en la lectura de los apasionantes relatos de la milenaria historia de su país.
Mientras descansaba revivía escenas del pasado. Era reincidente recordar cuando él y sus cuatro hermanos menores debieron tomar las armas durante la guerra civil que derrotó al malvado Chai Kan Cheng. Fue el único sobreviviente.
Una catarata de imágenes de tristeza afloraba al recordar el llanto de su madre por aquellas tremendas pérdidas.
Recordaba, también, el orgullo de su madre por la condecoración que le había otorgado el nuevo Estado por haber gestado cuatro héroes, y la plaqueta de bronce exhibida sobre la puerta de madera de su casa grabada con sus nombres.
Ning se sobreponía al evocar la dicha que sentía por el amor a su mujer, el nacimiento de sus hijos, los primeros brotes de los rosales y los sacrificios de los primeros años que ahora le parecían leves.
A veces se quedaba dormido ebrio de recuerdos entre el perfume fresco de las flores.
Aquella tarde se disponía a no pensar. Había decidido a dejarse llevar por las sensaciones placenteras, el mutante colorido, la forma de las nubes mullidas. El canto de los pájaros lo arrullaba, la leve brisa lo envolvía, el dulce aroma de las flores y la luz extenuada que se esfumaba.
A lo lejos se podía oír una tonada monótona, como una letanía, una armoniosa voz de mujer que cantaba acompañada por un liuquín lo distrajo. Hablaba de la belleza, de lo hermoso que es vivir, de la importancia de las pequeñas cosas. Era la misma melodía que cantaba su madre para hacer dormir a los hijos. Cuando sonó el último acorde del instrumento de cuerdas, el famoso poema de Li Po invadió sus sentidos:
Pensamientos en la noche serena
delante de mi lecho la luna brilla
parece escarcha sobre el suelo
si alzo la cabeza observo la luna
si bajo la cabeza añoro mi tierra
De pronto sus ojos se dirigieron hacia el lugar adonde el sol agonizaba. En la semiluz todo se volvía rosado, de idéntica tonalidad que las flores del jardín. Se dijo a sí mismo haber descubierto la alegría, algo tan efímero como las rosas, quitarse una espina del pulpejo, el día… o la vida.
Recostado de cara al cielo, todo a su alrededor tomaba el tinte de las rosas. Los demás colores se esfumaron en el instante que el sol era apenas un grano de arroz. Cuando la mujer lo llamó para la cena, ante el silencio de su marido se dirigió al jardín. La oscuridad comenzaba a extender su manto. Corrió para buscar un farol que iluminó en pleno la litera. Y pudo ver, azorada, el cuerpo de su marido contorsionándose, que cambiaba de forma, de textura y de color. Una dulce fragancia la arropó íntegramente. Sus manos aterciopeladas le acariciaron las mejillas y, al romper en llanto, las lágrimas lo cubrieron por completo de rocío.
Comments (6)
Hermoso relato, logrado con poética elocuencia que trasmite vívidamente lo que describe. Nos da la sensación de estar en esa escena.
Este bello texto ha sido escrito con la maestría de quien ha penetrado con su sensibilidad en la sutil y sabia estética de la más lograda tradición china. Agradezco la entrega.
Excelente relato que nos permite vislumbrar lo que se describe y se vive. Algo que no es etéreo y que resuena muy fuerte en cada uno de sus lectores. Un relato vanguardista!
No se si tengo cualidades para comentar una obra, pero puedo compartir emociones. Me sentí viviendo en ese jardín, con la placidez que transmite el texto. Gracias Jose K x déjame acompañarte entre esas líneas.
Una bella prosa poética de José Kameniecki, uno se siente partícipe de ese escenario de plena naturaleza, que rodea a los protagonistas de esta historia, cuyo final como todo buen texto, en vez de cerrar, abre interrogantes sobre la existencia humana.
Un relato profundo, misterioso, poético como toda la obra de de José Kameniecki