Lo que la historia quiere ocultar sobre África
Por Luzayamo Alphonse (*)
Vivimos en un mundo de violencia multifacética: violencia interpersonal, violencia de palabras, violencia de culturas. Es difícil decir lo que realmente pensamos y pensamos en cosas que rara vez discutiríamos ante el mundo.
A menudo se ocultan verdades que son inmutables. Vivimos en sociedades de mentiras, de lo no dicho, de lo falso. Y en todas partes, es la misma verdad. Tomemos, por ejemplo, lo que sabemos de la Revolución Francesa.
La historia nos da la impresión de que, el 14 de julio de 1789, los manifestantes que habían atacado la famosa cárcel de la Bastilla habían liberado a los presos políticos de Luis XVI.
Lo que no está muy claro es que, ese día, esta fortaleza apenas tenía siete prisioneros:
cuatro falsificadores (Jean Béchade, Bernard Laroche, Jean La Corrège y Jean-Antoine Pujade acusados de haber falsificado letras de cambio), cuyo juicio estaba además en curso, dos locos, Auguste Tavernier y Francis Xavier Whyte; el conde de Solages, un noble, un criminal encerrado por orden de su esposa. Sin embargo, la idea de la Bastilla era más importante que su realidad.
Para África, las cosas han sido peores. Pero siempre acabamos adentrándonos en ciertos laberintos de la historia. El periodismo nos ha llevado lejos en nuestras peregrinaciones. En abril de 1982, tuvimos la oportunidad de presenciar una grandiosa manifestación en El Cairo.
Fue la devolución a Egipto, por parte de Israel, del territorio del Sinaí que había quedado bajo el control de Tel Aviv al final de la Guerra de los Seis Días en junio de 1967. Esto nos permitió sumergirnos, durante dos semanas, en las profundidades y meandros de esta hermosa tierra de los faraones, en particular con la memorable visita al Museo de El Cairo y la pirámide de Kefrén enmarcada por las de Keops y Mykerinos.
África es el Egipto de las pirámides, arabizado hasta el extremo y habitado en su mayor parte por una población blanca que no desciende ni de Ramsés II, ni de Amenofis IV ni de Cleopatra, reina de la dinastía griega de los lágidas.
África es el lugar de nacimiento de San Agustín, Doctor de la Iglesia Católica, hijo de Santa Mónica. Fue el lugar de nacimiento de los papas Víctor I (189-199), Milcíades (311-314) y Gelasio I (492-496),1 norteafricanos; pero también es el continente de los esclavos negros que contribuyeron al desarrollo de América.
África es también la cuna de una dinastía imperial romana. En efecto, el emperador Lucio Septimio Severo, que reinó con su hijo Caracalla (de 193 a 211), era de origen africano, nacido el 11 de abril de 146 en Leptis Magna, actual Libia, de padre africano y madre romana que habían emigrado a Cartago.
Pero la historia sigue siendo muy tacaña en esto. Y es en Egipto donde nos sumergimos en los meandros de la historia hasta el punto de darnos cuenta de que, por razones que la historia puede explicar, África ha permitido que el conocimiento y las técnicas extranjeras neutralicen sus valores culturales inmutables que solo son explicables en su sociedad.
Así, África ha sufrido tres asesinatos: intelectuales/históricos, morales y físicos. Ha abierto la puerta a elementos en movimiento del exterior que han desestabilizado sus estructuras. ¿De ahí sus desgracias?
De ahí la dificultad de oponer una resistencia real a la mala globalización, a diferencia de los pueblos chino y japonés.
La globalización es un mercado donde damos y donde recibimos. De lo contrario, sería un trato de tontos. Incluso entre los incautos, se engañan unos a otros.
El problema de África es fundamentalmente el de saber «abrirse a la modernidad sin perder su cultura, sus propios valores culturales, sin perder su autenticidad».
África tiene mucho que dar en términos de valores que son esencialmente la alegría de vivir, la solidaridad, el diálogo, pero también un profundo significado religioso. Pero lo que el africano puede dar no es tanto el resurgimiento de un pasado glorioso fosilizado, como un recurso dinámico a este pasado, un recurso en términos de inventiva, innovación, carisma científico.
Para ello, puede ser necesario girar la rueda cíclica hacia, en particular, el antiguo Egipto, el antepasado del conocimiento. Sabemos sin lugar a dudas que «la mayor parte del conocimiento griego desde el siglo VI a.C. en adelante provino de Egipto».
Los griegos fueron en masa a Egipto como estudiantes, para aprender, aunque hoy en día los historiadores les atribuyen todos los méritos de la ciencia. Con este fin, echemos un vistazo a algunas personalidades griegas universalmente conocidas que se han quedado en este país:
• Platón, filósofo, autor de La República, 428/427-348/347 a.C., estudió en Egipto durante trece años. Naturalmente, aconsejó a sus alumnos que fueran a este país si realmente querían conocer el espíritu de los grandes filósofos. Fue, por tanto, en Egipto donde extrajo los elementos esenciales de la teoría de las ideas que servían de sustrato a su filosofía;
• P y t h a g o r e , filósofo, matemático, médico, 580-495 a.C., estudió en Egipto durante veintidós años y trabajó allí durante veinte años. El famoso llamado teorema de Pitágoras se utilizó para construir las pirámides mil años antes del nacimiento de Pitágoras. Pero, para los historiadores occidentales, es él quien habría desarrollado este teorema;
• Tales de Mileto, el primer filósofo, matemático y erudito griego, 625/620-548/545 a.C., pasó siete años estudiando en Egipto. Allí fue iniciado en las ciencias egipcias y babilónicas. Y, sin embargo, pasa por el padre de la filosofía;
• H i p o c r a t e , considerado el padre de la medicina, filósofo, 460-377 a.C., reconoció al egipcio Imhotep como el verdadero padre de la medicina y autor de un tratado médico. Vivió en el tercer milenio a.C. milenio antes de nuestra era. Imhotep es también el primer arquitecto del mundo. Desarrolló el método de construcción en piedra y el uso de columnas en la arquitectura
El gran Heródoto también estudió y trabajó en Egipto.
Podría aventurarse a afirmar que la globalización ya estaba disfrutando de su apogeo en esta época casi inmemorial.
Pero, ¿de qué nos serviría bailar sobre el pasado cuando nos limitamos a jactarnos de él como para hacernos sentir bien? La teoría del tiempo cíclico puede ser sacudida por el cristianismo, que cree que el tiempo es lineal; que tiene un principio y un fin (Alfa y Omega). Y que África ya no se lamente del prestigio del antiguo Egipto, sino que invente otro. Porque la idea del tiempo lineal es teleológica y escatológica.
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