El Enigma Eterno: Decodificando el Ascenso Incomprendido de China

Una historia de humillación y resiliencia

Por Mercedes Susana Giuffre (*)

China, el Imperio del Centro, para los observadores occidentales sigue siendo un rompecabezas envuelto en un enigma. Su historia es un tapiz de triunfos y traumas, tejido con hilos de grandeza imperial y cicatrices coloniales. En el siglo XIX, las Guerras del Opio (1839-1842 y 1856-1860) vieron a Gran Bretaña, supuesto bastión del «libre comercio», inundar China con opio para equilibrar déficits comerciales, generando adicción masiva y corrompiendo la sociedad. La dinastía Qing, debilitada por conflictos internos y la codicia externa, colapsó bajo el peso del imperialismo occidental. Tratados desiguales, extraterritorialidad y la fragmentación de los puertos chinos en concesiones extranjeras dejaron un legado de humillación que aún moldea la visión de Beijing.

El siglo XX no trajo alivio. La invasión japonesa de los años 30 y 40, marcada por atrocidades como la Masacre de Nanking (1937), sometió a China a una crueldad inimaginable. Sin embargo, Occidente alterna entre calificar la resistencia china como pasividad y sus reacciones como beligerancia. Una cita de Eduardo Galeano lo resume: “El idioma del mundo no es el inglés que se habla en EE.UU. o el Reino Unido; es el inglés que los chinos usan para hablar con el mundo”. Esta ironía refleja una verdad persistente: China es vista a través de un prisma occidental que distorsiona más de lo que revela.

 

Mitos y realidades: Disipando la niebla

Revisemos a continuación tres mitos clave sobre el papel de China, especialmente en América Latina, actualizados con datos recientes y con un toque de sarcasmo ante las malas interpretaciones occidentales.

Mito 1: “El éxito de China es solo debido a su mano de obra barata”

Occidente adora una narrativa simple: el ascenso de China se basa en “talleres de explotación y trabajadores mal pagados”. La realidad discrepa. Aunque los salarios bajos importan, la ventaja de China radica en una inversión masiva de capital y una productividad vertiginosa. Ya en 2010, en un artículo que escribí para el diario La Capital, señalé que la tasa de inversión de China rondaba el 40% del PIB, con retornos de capital estables en un 20% desde 1992. Para 2025, esto se ha intensificado: un informe del Banco Mundial de 2024 cifra el gasto en infraestructura de China en 1.2 billones de dólares anuales, eclipsando los esfuerzos occidentales. Los salarios, que suben un 8% anual, están cerrando la brecha con América Latina. Mientras tanto, la productividad de China, impulsada por centros de innovación como Shenzhen, lidera a nivel global. Un estudio de McKinsey de 2025 indica que las patentes de IA de China ahora rivalizan con las de EE.UU. Mientras Occidente se obsesiona con la “mano de obra barata”, China construye trenes de alta velocidad y redes 5G. No hay duda, la simplificación excesiva siempre conduce a la ceguera.

Mito 2: “China roba inversión a los mercados emergentes”

Otra queja occidental: el imán de la inversión extranjera directa (IED) de China absorbe capital de regiones como América Latina. América Latina y China atraen diferentes tipos de inversión: transferencias tecnológicas para China, capital de alto retorno para América Latina. En 2025, esto se mantiene. Un informe de la OCDE de 2023 muestra que los flujos de IED hacia China (180 mil millones de dólares en 2022) no compiten directamente con los de América Latina (150 mil millones). Mejor aún, las inversiones chinas en América Latina —50 mil millones hasta 2024, según el Banco Interamericano de Desarrollo— impulsan el crecimiento regional. Los campos de soja de Brasil y las minas de cobre de Chile prosperan en gran parte, gracias a la demanda china. Sin embargo, Occidente grita “juego de suma cero” mientras la política de “Salir al Exterior” de China financia infraestructura desde Argentina hasta Zambia. Qué curioso, cómo un “peligro” parece una oportunidad al analizar los números.

Mito 3: “China solo beneficia a los exportadores de materias primas”

La narrativa persiste: el hambre de China por materias primas eleva a los exportadores, pero aplasta a los fabricantes. Esta visión es un panorama mixto, y en 2025 esto es evidente. Los altos precios de las materias primas, impulsados por el mercado chino de 1.400 millones de personas, benefician a países como Brasil y Argentina. Pero la advertencia de la OCDE de 2009 sobre la “enfermedad holandesa” —la dependencia excesiva de materias primas que sofoca la manufactura— es más relevante que nunca. Un estudio de la CEPAL de 2024 muestra que las exportaciones de América Latina a China (200 mil millones de dólares) incluyen bienes procesados en Argentina como vinos, vacunas, y cueros, entre otros productos, sin olvidar la biotecnología brasileña. México y Brasil enfrentan competencia en textiles, pero los patrones comerciales son mayormente complementarios. ¿La ironía? Occidente denuncia el dominio chino, y la exclusiva compra de commodities, pero el verdadero obstáculo de América Latina es su propia y pasiva falta de diversificación, no el apetito de Beijing.

 

El doble estándar de Occidente: Inculpado hagas lo que hagas

China no puede ganar. ¿Invierte en África o América Latina? ¿Es “neocolonialismo”?. ¿Se mantiene en silencio? Es “opacidad intrigante”?. En 2024 Global Analyst lo define: “China construye una presa en Etiopía, y es ‘explotación’. Otros países invierten en otras latitudes en industrias contaminantes como la minería o la extracción de diamantes y no hay quejas.” Vaya lógica”.
Esto resume la indignación selectiva de Occidente. La Iniciativa de la Franja y la Ruta, con 1 billón de dólares en infraestructura global para 2025 (según el Consejo de Relaciones Exteriores (CFR)), es tildada de trampa de deuda, mientras que los préstamos del FMI con condiciones de austeridad son “ayuda”.

En 2010, la compra por parte de China del 9% de los bonos de España fue un salvavidas, pero apenas se reconoce. La ayuda de “poder blando” de China —50 mil millones a naciones en desarrollo— refleja un interés propio pragmático, no filantropía. Pero, ¿no es eso cierto para todas las grandes potencias? La indignación de Occidente por momentos, es una clase magistral de hipocresía. Ni China es el filántropo del mundo, ni tampoco un acreedor sin piedad. Es una potencia que desarrolla hábilmente sus intereses comerciales, en las cuales siempre hay dos partes que intercambian propuestas.

 

La coherencia confuciana: Un juego largo mal interpretado

La estrategia de China, es confuciana: a largo plazo, deliberada y pragmática. El Libro Blanco de 2008 sobre América Latina delineó objetivos: confianza mutua, cooperación e intercambio cultural. Para 2025, estas pautas rigen el comercio de 100 mil millones de dólares con América Latina (frente a los 10 mil millones de 2000). Los horizontes de 30 años del Ministerio de Planificación aseguran flujos constantes de materias primas, mientras que inversiones —como los oleoductos de Venezuela o las redes 5G de Chile— garantizan cadenas de suministro. Los críticos occidentales lo llaman “mercantilismo”, ignorando su propia historia. El economista coreano Ha-Joon Chang creador de la “teoría de la escalera”, señala que el ascenso de Gran Bretaña en el siglo XIX dependió del proteccionismo, no del libre comercio que predicaba. China, consciente de este “pataleo de escalera”, construye sus propias escaleras, para consternación de Occidente.

 

Oportunidades entre riesgos: Un llamado a la acción

El ascenso de China no es una amenaza de suma cero, sino una oportunidad compleja. En mis artículos, siempre insisto en que América Latina debe diversificar sus exportaciones al Asia, aumentar competitividad y aprovechar el Mercosur. En 2025, la clase media regional, con 200 millones de personas (según el ADB), refleja la de China, ofreciendo mercados para bienes de alto valor como cuero o biotecnología. Pero los riesgos persisten: un informe del FMI de 2024 advierte que la dependencia excesiva de materias primas invita a la volatilidad. Negociar con China requiere astucia cultural; comprender los protocolos confucianos de “Li”, desbloquea mejores acuerdos. América Latina debe jugar a largo plazo, formar a diplomáticos y políticos en el conocimiento de la civilización china, de manera que las delegaciones que visiten ese país, no estén constituídas por advenedizos, y mercantilistas ignorantes de la cultura china y de las pautas de protocolo chino, que les hace cometer numerosos faux pas con cada viaje al Imperio del Centro; desde desconocer el rol de la preeminencia, pasando por el uso de tarjetas hasta la ignorancia de los colores en el packaging de los productos a vender; para solo mencionar nimiedades básicas.

 

La diplomacia cultural y el soft power chino: Una clave para los negocios

Para hacer negocios con China, comprender su cultura y su uso estratégico de la diplomacia cultural y el soft power es fundamental. Como señala el estudio de Triani et al. (2023) sobre diplomacia cultural, esta es una herramienta estratégica que promueve los valores, tradiciones y creencias de un país para fomentar la comprensión mutua y la influencia global. China ha perfeccionado esta práctica, utilizando instituciones como los Institutos Confucio y eventos culturales para proyectar una imagen de benevolencia y cooperación. Según Beccard y Filho (2019), la diplomacia cultural china, desde exposiciones de arte hasta intercambios educativos, busca construir confianza y contrarrestar estereotipos, un enfoque que en trabajos míos anteriores he destacado al enfatizar la importancia de los protocolos confucianos de “Li” en las negociaciones.

El soft power chino, definido por Joseph Nye como la capacidad de atraer e influir sin coerción, se basa en su cultura milenaria, su narrativa de resiliencia histórica y su énfasis en la cooperación Sur-Sur, como se detalla en el Libro Blanco de 2008. Para los empresarios, entender esta dinámica es crucial. Las negociaciones con socios chinos requieren respeto por jerarquías, paciencia y una apreciación de la reciprocidad, valores arraigados en el confucianismo. Por ejemplo, un informe de Harvard Business Review (2024) destaca que las empresas occidentales que invierten en aprender las normas culturales chinas —como el concepto de Guanxi (redes de relaciones) — logran acuerdos más exitosos. Ignorar esto, como hacen muchos en Occidente, es un error costoso. Mientras las empresas estadounidenses ven las negociaciones como transacciones, los chinos las ven como la construcción de relaciones a largo plazo. ¿La ironía? Occidente critica la “opacidad” china, pero su propia falta de empatía cultural es el verdadero obstáculo para cerrar tratos.

 

Conclusión: El rudo despertar de Occidente

El ascenso de China como segunda potencia mundial —un titán no occidental— ha dejado a Occidente tambaleándose, atrapado entre la rivalidad y la incredulidad. El artículo de “Foreign Affairs” de abril de 2025, “The Rise and Fall of Great-Power Competition”, captura esta conmoción: “Pocos predijeron que Washington abandonaría la competencia como su guía” mientras el segundo mandato de Trump se inclina hacia acuerdos con China y Rusia. Occidente, acostumbrado a dictar los términos globales, ahora lidia con una realidad multipolar donde la fuerza económica de China —30% de la manufactura global, según una estimación de la ONU de 2025 — desafía la hegemonía estadounidense.
Esto no es la Guerra Fría con bloques definidos; es una red interconectada y caótica donde el gasto en infraestructura de China (1.2 billones de dólares) y su destreza tecnológica (80% de los drones globales) obligan a crear estrategias no existentes hasta el momento.

La sorpresa no es el ascenso de China —Morton Abramowitz, funcionario y diplomático de los EEUU; lo anticipó en los años ‘50s cuando el PIB per cápita de China era de 60 dólares—, sino la negativa de Occidente en advertir su llegada. La arrogancia occidental, inserta en una historia de imposiciones de opio, reparaciones y tratados desiguales, asumió que una potencia no occidental no podría jamás rivalizar con su hegemonía. Sin embargo, la estrategia “Made in China 2025”, que produce la mitad de los químicos mundiales y el 90% de los paneles solares, demuestra lo contrario. No es solo una cuestión de imponer aranceles altos. El tema es comprender la necesidad de una comunicación más sincera y fluída entre la Casa Blanca y Zhongnanhai.

La ironía es mordaz: Occidente, que alguna vez “civilizó” a China con cañoneras, ahora se queja cuando China juega mejor al capitalismo. El artículo de “Foreign Policy” de 2025 lo resume: “China no oculta sus ambiciones; Occidente simplemente no escuchó”.

Para Occidente, la rivalidad es existencial, enmarcada como un choque de valores. “Foreign Affairs” (abril de 2025) advierte que la competencia EE.UU.-China corre el riesgo de “convertirse en una nueva Guerra Fría” por Taiwán o disputas marítimas, aunque la interdependencia económica —a diferencia de la división EE.UU.-URSS— complica el desacoplamiento. La respuesta occidental oscila entre confrontación y negación. Algunos, como Michael Beckley, afirman que la unipolaridad estadounidense persiste, mientras que otros ven la capacidad productiva de China (tres veces la de EE.UU.) como un cambio de juego. El CFR, Consejo de Relaciones Exteriores, señaló recientemente: “EE.UU. gastó 2 billones en Irak; China gastó 2 billones en puertos y ferrocarriles. ¿Quién está ganando la influencia global?”.
América Latina, mientras tanto, debería navegar esta rivalidad, capitalizando la demanda china mientras evita la “enfermedad holandesa” que muchos países siguen padeciendo. El desafío de Occidente es superar la indignación: China no es el problema, sino la visión unilateral occidental.

Comprender la coherencia confuciana, la cultura y la resiliencia histórica milenaria de China es la clave para interactuar con el Imperio del Centro.

China construye puentes, no escaleras.

¿Cruzará Occidente estos puentes o seguirá gritando desde la otra orilla?

 

(*) CECCHICARIUNMdP, Universidad Nacional de Mar del Plata-Argentina
mgiuffre@mdp.edu.ar

 

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